Es sábado noche, noche de marcha. Tras unas cervezas en la Cervecería Alemana y una sugerente conversación con dos de Roermond, con buena gana me desplazo a la Venencia para disfrutar de unas copas de vino y el bullicio. Además encuentro un sitio al lado de la escalera, aquí me quedo disfrutando de una copa de Palo Cortado, de una ración de cecina, del murmullo, que va a aumentando a medida que entra la noche, y del ir y venir de la gente. Aquí se está bien, estoy en mi salsa. Un grupo está buscando sitio para sentarse, mueven un par de sillas del podio de arriba a abajo. Antonio prohíbe la mudanza de su mobiliario, pero hasta un cierto punto. Hay mucha gente, pero se está bien. En el podio queda en la mesa grande un sitio libre. Me siento allí para poder escribir La conversación con Jan y Marga y el barullo me otorgan la suficiente inspiración como para en diez minutos vaciar mi mente en unas cinco a seis páginas de papel.
Para recobrar el conocimiento decido pedir un vino, en ese momento mis compañeros de mesa se levantan. El grupo, que anteriormente había estado moviendo las sillas, aprovecha la ocasión para ocupar la mesa. Esperando mi pedido, me siento en un escalón, miro lo que está pasando con mi sitio y gesticulo a la sorprendida joven que estoy sentado en la esquina y que ahora vuelvo. Duda un poco, pero asiente. Mis cosas se quedan donde están. Más tarde resultará que había habido algo de inquietud sobre mi mochila, aquí la gente es muy cuidadosa con las cosas: bright lights, big city!
De vuelta en el podio en la mesa hay seis personas: tres mujeres, tres hombres. Mi lado de la mesa está libre, miro disculpándome a las dos chicas a mi izquierda y a los chicos de la derecha: “¿está bien si me siento?”, o , “¡qué bien que os sentéis aquí!”. Preveo más inspiración y una conversación. Beben distintos vinos y piden una botella para la mesa. Cojo mis cosas para poder seguir escribiendo, la chica de mi izquierda mira lo que estoy haciendo. Sin ningún motivo empezamos a hablar. Tan pronto como mi español y su inglés se acoplan, vuelan las preguntas de la mesa ¿Preguntas?. ¿Preguntas?. ¡Sí, las hace!. Muchas preguntas. ¡Eh, espera un momento!. ¿No era yo el que hacía las preguntas?
Se llama Maite, abreviado para María Teresa. Está de marcha. Es vasca. Su hermana Cristina una bióloga que cuida bien de su hermana mayor, Emma con su novio Nils de Alemania. Luis, el hermano de Emma, y Cesar, un artista silencioso, un escultor. Menos dos todos son arquitectos. Antes de darme cuenta, pertenezco al grupo. Me vuelvo a sentir un estudiante, saliendo el sábado por la noche,en una noche sin final Esto acaba de empezar, cualquier tema de conversación está bien para estos siete. Empiezan a llegar cada vez más botellas. El bullicio y la intimidad van aumentando. Bromeamos y nos provocamos el uno al otro El ambiente es excelente, estos son buenos amigos y con ellos me siento como en mi casa.
Desde el primer momento me siento a gusto con Maite, el que sea tan curiosa como yo, me gusta. En sus ojos veo un fuego ardiente: cuéntame quién eres, qué haces, qué haces aquí y qué te preocupa. Quiero responder deprisa, para saber sus respuestas. Al hablar voy anotando cosas, para que luego no se me olviden. Ahora aquí escribiendo estas líneas revivo esa agradable sensación de sentirme acogido en su grupo de amigos. Me invita a beber algo con ellos, Nils me vuelve a llenar el vaso. Con cada uno de ellos mantengo una conversación larga o corta. Hablamos de arquitectura, escultura, vivienda, idioma, gramática, arte, cultura, diferencias, contexto y el sentido del más o menos español.
A eso de las dos Antonio anuncia que va a cerrar y apaga la luz por unos instantes. Pagamos y nos marchamos. Yendo a fuera Maite me pregunta si me apetece ir a Cardomomo, un club dónde gitanos bailan flamenco, es todo un espectáculo asegura. La pregunta 724 si me gusta el flamenco. No hace falta que me lo piense mucho, son tres puertas más abajo. Una vez dentro amontonamos nuestras cosas en un taburete. Maite me coge la mano y empezamos a bailar. Me desenvuelvo en la música. Como si esto pasara todas las semanas. Revivo viejos tiempos. ¡Tonterías!. Se acontecen nuevas aventuras. Me siento elevado por la naturalidad de Maite. Me invita cada vez más y cada vez mi cuerpo responde antes que mi cerebro. Bailamos, porque sí, y porque estamos aquí juntos.
El final de la noche llega antes de lo que deseo. A pesar de la bebida mi mente está clara y mi cuerpo relajado. Si por mi fuera este momento podría durar un poco más. Poco antes de cerrar los gitanos se explayan en el flamenco, bailan con pasión, patalean con las botas y palmotean a un ritmo excitante. Lo quieras o no, intervienes. La música y el sofocante ambiente mandan sólo una señal a tu cuerpo: ¡baila!. Fuera participamos en un típico ritual español, ya que deliberamos ampliamente lo que vamos a hacer. De momento, como vamos a casa, para mañana que hacemos mañana. Maite me invita por tercera vez. Al Rastro, a las doce y media. Mañana me manda un mensaje. Nos despedimos con tres besos... ¡hasta mañana!.
traducción: Carolina Sanchez
maandag 5 mei 2008
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